Un gordito cachetón
atrajo mi atención cuando me dirigía hacia el acantilado al frente del mar. Quería
ver cuán difícil sería ir bajando hacia la playa para convertir una naciente idea en un proyecto a florecer. Reubicar el orfelinato de la ciudad dejando
su valioso terreno para que de paso a una lujosa urbanización que diera cara a
la playa y con ello revitalizar las arcas vacías de la institución que ese
día intentaba ayudar.
Vamos acompáñame, le dije al chaparroncito que desde la puerta principal de uno de los pabellones del orfelinato, miraba con atención lo que pasaba por su alrededor, No puedo, me contestó. Tenía en sus manitos un globo rojo
desinflado. ¿No puedes inflarlo? le
pregunté, No quiero hacerlo porque después se revienta; me lo trajo Papanoel
por Navidad. !Era Abril! y su globo amigo estaba intacto. Lo entendí.
No puedo porque se molesta Nati si paso solo más allá de la puerta,
agregó. !Rogelito! llamó en voz alta al
tiempo que llegó desde el interior del edificio una joven mujer que la
identifiqué como la estricta Nati. No lo
era. Me explicó que por los peligros que
presentaba, casualmente, el acantilado que además de carecer de un reten
protector las avalanchas eran frecuentes, no les permitían a los niñitos merodear
solos por el lugar.
Era Abril y su Navidad, aun, estaba con él.
Cuantos buenos sentimientos escucho expresar en las fiestas navideñas,
cuantos buenos deseos nos acompañan al inicio de cada año nuevo. Pienso en ese niño y en aquellos que nada o
casi nada tienen. Pienso en la
indiferencia que apaga tanto fuego encendido al calor del hogar festivo. Pienso en esos niños y sus globos rojos. Pienso en mis manos que hoy quiero
desatar. Pienso en un mundo con menos egoísmo
que abra sus puertas a mayor cooperación.
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